El próximo 10 de diciembre, Mauricio Macri presidirá el primer Gobierno centrista; romperá así la hegemonía radical y peronista que gobernó a la Argentina desde 1916. Este antecedente no es menor y es, en sí mismo, extraordinario, ya que demuestra la magnitud de una nueva fuerza gravitacional que ha irrumpido entre las dos ideologías antagónicas que por un siglo gobernaron a la Argentina. Es posible, entonces, para el mundo entero que lo está viendo, creer que esta oportunidad es única, además de histórica.
Atrás quedan también los numerosos golpes de Estado con sus trece presidencias militares y la nefasta década infame. Infinitos sueños de miles de argentinos truncados por casi un siglo colmado por lo perverso, la mediocridad, el crecimiento de la corrupción y el avance desenfrenado de la pobreza.
Desde el comienzo del primer Gobierno radical han pasado 99 años. A lo largo de este tiempo, el mundo fue testigo del colapso de los últimos imperios, se combatió en dos guerras mundiales, una Guerra Fría y cayó la Unión Soviética. La ideología marxista-leninista aún no había revolucionado al mundo cuando el último presidente conservador, Victorino de la Plaza, luego de entregarle la Presidencia a Hipólito Yrigoyen, se fue caminando a su casa desde la Casa Rosada, ovacionado por todo el público presente.
El año 1916 fue, en muchos aspectos, el punto de inflexión de la Argentina en el siglo XX. Mientras tres imperios europeos destruían a una entera generación de jóvenes en la batalla del Somme, la Argentina, lejos de la monstruosidad de la Gran Guerra, se encontraba segura de sí misma y confiada en su propio destino. El producto bruto per cápita se consolidaba entre los diez primeros del mundo. Un trabajador en Rosario ganaba casi cuatrocientos por ciento más que uno en San Pablo y al menos el doble que su par en Tokio.
El período conservador, que había comenzado cuatro décadas antes, había llegado a su fin por apenas un voto en el Colegio Electoral. El país tuvo otros cortos períodos de crecimiento y desarrollo, aunque dispar, pero nunca recuperó la base de un crecimiento sostenido y prolongado como lo había experimentado entre 1880-1916. En poco tiempo más, la condición de país avanzado, hoy denominado Primer Mundo, dio lugar a una caída vertiginosa en la que predominó la falta del Estado de derecho, el orden constitucional y la pérdida constante del equilibrio económico.
El camino sinuoso, de a momentos vergonzoso y por otros traumático, que tomó la Argentina la convirtió en un caso tan insólito que las principales universidades del mundo trataron de explicar por décadas, desde el minucioso estudio académico, cómo semejante fracaso pudo suceder a través de lo que los economistas llaman la “paradoja argentina”.
Uno puede interpretar la historia de distintas maneras, pero lo que no puede hacer es ignorarla. La Argentina perdió el equilibrio, no sólo el económico, hace mucho tiempo y por numerosas razones nunca pudo recuperarlo. Parecería inútil tratar de explicarles a los propios argentinos en qué consiste el equilibrio o qué ventajas comparativas o competitivas tiene el país sobre la gran mayoría de los países del mundo.
Me rehúso a explicar lo que todos los argentinos ya deberían saber, apreciar y sobre todas las cosas empeñarse en cuidar. A modo de ejemplo, hoy Argentina exporta menos carne que Bielorrusia, un pequeño país de Europa oriental que fue devastado durante la Segunda Guerra Mundial, cuando perdió un tercio de su población y al menos la mitad de sus recursos económicos. Como si esto fuera poco, fue el país más afectado por la radiación de Chernóbil. Si este hecho no es indignante, ¿qué sí lo es?
Argentina debería exportar, como mínimo, 1,5 millones de toneladas métricas de carne por año, aproximadamente 750% más de lo que exporta en la actualidad. Industrias básicas de este país como la de alimentos están diezmadas, incluyendo la exportación de carnes, el sector insignia de nuestro país.
Existe solamente una razón y es la falta de visión que causó tanto deterioro político y económico a lo largo de nuestra historia. Desgraciadamente, los presidentes argentinos no supieron, no pudieron o no quisieron volver a encontrar un equilibrio.
No se puede explicar por qué estos mismos líderes ignoraron y desperdiciaron las enormes ventajas y oportunidades que el mundo le brindó a nuestro país, que hubiera podido claramente avanzar junto con aquellos países desarrollados y modernos que decidieron, a pesar de tener menos recursos que la Argentina, crecer con estabilidad y mejorar significativamente la calidad de vida de sus habitantes. Si uno se detiene un minuto a ver cuáles son los veinte países más ricos del mundo que lideran el índice de riqueza por producto bruto per cápita, la mitad de ellos no existían en 1916.
Mauricio Macri es mucho más que una respuesta a la búsqueda de ese equilibrio perdido, es, quizás aun sin saberlo, un nuevo punto de inflexión. Esto no hubiese ocurrido, tampoco, sin una nueva generación de líderes del radicalismo, la Coalición Cívica y hasta del peronismo que ha entendido la necesidad de restablecer dicho equilibrio. Pobreza cero, por ejemplo, se convierte en un objetivo alcanzable, que sólo es posible a través de esta nueva generación con visión de futuro, preparada y determinada a llevar adelante los cambios necesarios que este país desesperadamente necesita.